asociaciondeescritoresjorgeluisborges,esunaasociaciondeescritorescondiscapacidad asociaciondeescritorescondiscapacidad: Luis Alberto Méndez Quezada La Nueva Titanomaquia

martes, 15 de febrero de 2011

Luis Alberto Méndez Quezada La Nueva Titanomaquia

Registro de Propiedad Intelectual N° 179850 de Chile


Colección de cuentos y relatos autobiográficos
(extracto)

La transformación


Eran deshonestos quienes la adulaban por su belleza. Ella se daba cuenta y los utilizaba. Las relaciones humanas en la Empresa estaban fallando, pero todo aparentemente funcionaba bien. Era una extensión de la ciudad y el país. El amor se entregaba cuando convenía. La amistad. El respeto. La productividad. ¡Todo era planificado! Hasta lo que se pensaba y lo que se sentía.
El avión se elevaba por el frío crepúsculo sudamericano de Junio. Cruzaba por sobre la cordillera de Los Andes. Volaba sobre La Rioja. Luego sobre el Brasil. La temperatura al interior de la nave subía gradualmente, como quizás subía la temperatura exterior.
El antiguo telefonista de la Empresa, pidió un whisky a la auxiliar de vuelo. Nunca había volado de verdad, solo metafóricamente.
Estaba huyendo de esa empresa y de ese país de esclavos.
“¿Tenía alguien la culpa de ser esclavo o de esclavizar?”-; pensó con el whisky en la mano, en esos vasitos desechables lleno de hielo por dentro que dan en los aviones.- “Quizás los que esclavizan tengan un poco de culpa, pero todos somos víctimas de una cultura, de una forma de mirar la realidad.”
El whisky lo ponía filosófico. A su lado iba un “yupi” que iba a vender vino a Europa. No le conversaba, ni a él le interesaba conversarle. Hubiese preferido una compañera de viaje culta e interesante. Se dedicó a escuchar música con los audífonos que prestan en los vuelos. Afortunadamente entre tanta basura comercial, había música de un trovador cubano que a él le gustaba.
Buscaba la libertad, pero la libertad estaba dentro de él y no lo sabía.
Ya había amanecido. ¡Qué noche más breve! El sol primaveral entraba fuerte por su ventanilla y se reflejaba en un ala del avión que iba bajo ella. Ya no se veía el Atlántico.
“- Estamos volando sobre Portugal”-; informó el piloto.- “En dos horas estaremos aterrizando en Barajas.”
¿Habrían sentido lo mismo hace cuatrocientos años, los conquistadores españoles al desembarcar en América? ¡El antiguo telefonista de la Empresa no lo podía creer! ¡Iba a encontrar la mitad de sus raíces! Porque la otra mitad eran indígenas, él lo suponía.
La verdad es que todo lo suponía, porque sus abuelos no eran ni españoles ni indígenas: ya eran latinoamericanos. Y a sus bisabuelos no los conoció; y la historia se pierde en el tiempo.
“¡Pero igual iba a encontrar la mitad de sus raíces, mierda! ¡Por lo menos eso sentía; y lo que vale es lo que uno siente!”
Por eso se había hecho despedir de la Empresa. Por eso dejó de ser telefonista y empezó a buscar su libertad fuera de sí. Por eso había empezado a buscar su transformación.
“-Multiplicaos, dominad la Tierra, y a todos los seres que habitan en ella -; fue la orden que le dio Dios al hombre y que todos, creyentes o no creyentes, consciente o inconscientemente trataban de cumplir. Por eso el dominio de unos sobre otros, sobre los países, sobre la naturaleza. ¡Por eso tanta tecnología afortunadamente! Y por eso tanta contaminación.”
Cuando desembarcó en el aeropuerto, en Policía Internacional no lo dejaron pasar.
- ¿A qué viene usted?-; le preguntaron.
- - A buscar la mitad de mis raíces-; respondió el ex telefonista muy ingenuamente.
- - ¿Pero viene a trabajar o de turista? ¿Cuánto dinero trae?
Era un “inap”, oyó que decían las empleadas de la aerolínea.
“¿Qué significaba inap?”
El vuelo de vuelta fue más triste. A medida que volaba, más se alargaba la noche. Fue una larga y cada vez más fría noche de diecisiete horas.
En la Empresa, ella seguía esquivando los agarrones de los poderosos, cuando lo vio regresar a su antiguo puesto de telefonista. Le gustaba ese soñador, pero pensaba que no le convenía, por eso no respondía a sus insinuaciones.
- - Empresa, buenos días, habla Jesús: ¿en qué lo puedo ayudar?
- - Por favor, comuníqueme con el contador.
El telefonista, con un gesto melancólico, transfirió la llamada al anexo del contador de sueños.

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