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martes, 15 de febrero de 2011

Luis Alberto Méndez Quezada La lucha de poderes

La lucha de poderes


¿Quién o qué determina el valor de algo? ¿De una obra de arte, de un trabajo, de una persona...?
Miguel se encontraba triste porque no hallaba trabajo. “Primero hay que adaptarse al sistema, para después cambiarlo desde adentro” -; le había dicho alguna vez un intelectual.
Miguel se sentía un fracasado. Salía todas las mañanas con su currículo y su título de profesor, del cual se sentía muy orgulloso. “Hay que adaptarse al medio”-; se obligaba a pensar. -“Los que no se adaptan pueden desaparecer: como los dinosaurios, o como las personas que se suicidan.”
Sus verdaderos amores, los que valoraba, nunca los había podido concretar; sólo concretaba aquellos que se obligaba a valorar, pero en el fondo despreciaba.
A pesar de eso, aquella mañana de otoño salió contento de su casa. Una amiga que se la compartía a cambio de un pequeño pago, le había leído un aviso que apareció en un periódico:

“Se necesita profesor. Liceo particular subvencionado.
Treinta horas a la semana. Santa Rosa, paradero veintiuno y medio.”

Miguel salió desde el 9 de Pajaritos, donde vivía. Sus antiguos amigos ya no lo saludaban. Lo peor de todo es que él no sabía por qué: nunca se lo habían dicho. Cuando estudiaba en la universidad siempre lo felicitaban por lo que hacía. Este cambio lo hacía tener miedo, pero a pesar de todo igual salía, igual hacía sus cosas.
Tomó una micro hasta la estación Las Rejas. Allí el metro hasta Los Héroes. Hizo la combinación a línea 2. En Lo Ovalle se subió a un colectivo. ¡Hasta que por fin llegó al “famoso” liceo particular subvencionado!
- Tendría que reemplazar a una colega que tiene cáncer -; le dijo la directora.
“¡Qué fúnebre!”; pensó el inadaptado.
- - Lo llamaremos el Jueves.
Como el Jueves nadie llamó, Miguel fue de nuevo el Viernes a “catetear”.
- - No podemos arriesgarnos -; le dijo la directora. - Lo llamaremos el Lunes.
La directora dudaba, pero la inspectora general golpeaba incesantemente con un “libro de clases” sobre la mesa, recordándole que no podían arriesgarse.
Miguel salió a tomar la micro. Ya había anochecido.
- - Aquí hay un asiento desocupado -; le dijo una voz de mujer.
Ella parecía amable y educada. Miguel sintió ganas de contarle todo lo que le había pasado. Ella lo escuchó.
- - Vivimos en un mundo en el que nadie confía en nadie -; le aseguró con voz de ejecutiva seria, pero no por ello menos sensual.
Efectivamente, ella había estudiado para contadora/auditora y trabajaba como ejecutiva en una empresa nueva e importante. Miguel pensó: “Me gusta, aunque es tan distinta a mí. ¿Pero qué pierdo con probar?”
- - ¿Cómo te llamas?
- - Valeria.
- - ¿Me quieres dar tu número de teléfono?
Valeria se lo dio.
- - Es el de mi trabajo, y es sólo para que me cuentes como te ha ido en la búsqueda del tuyo -; le dijo con voz de ejecutiva seria y bien adaptada al planeta, pero que a Miguel le gustaba: quizás por eso.
Él se bajó en el 9 de Pajaritos mientras ella seguía hacia Maipú.
“- ¿Cómo lo haces para saber donde tienes que bajarte?-; le había preguntado Valeria antes de despedirse.”
“- A veces me ubico solo. Otras veces pregunto -; le había respondido Miguel.”
“Este dinosaurio no va a desaparecer tan fácilmente”-; pensó él alegremente mientras bastoneaba hacia su casa. A derecha y a izquierda, tac, tac, el ruido del bastonear se lo devolvían los antejardines de sus vecinos.- “¿Por qué no me habrá contratado la directora? ¿Será que la colega enferma de cáncer se mejoró?”
Dejó pasar cuatro días y llamó a Valeria. Ella se mostró aparentemente indiferente.
- - ¿Puedo llamarte otro día? -; le preguntó el inadaptado al despedirse.
- - Sí. Llámame -; le respondió ella con su voz de ejecutiva seria y sensual, bien adaptada al planeta. - Hazlo en la tarde.
“A lo mejor ella también piensa que para cambiar el sistema, primero hay que estar dentro de él” -; pensó Miguel, y se puso a escribir...

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